Conocedor de que en el torneo londinense la tradición obligaba a los ganadores a bailar juntos en la gala de celebración, Agassi, en la víspera de su final, se marchó a los almacenes Harrods para comprarse un esmoquin para la ocasión. Se declaró vencedor, vaya si lo hizo, en una final agónica a cinco sets que se convertiría en la primera de las ocho que conquistó durante su carrera. Sin embargo, una vez llegó al evento dispuesto a “hacer girar a Graf en la pista, aunque no sepa bailar”, los organizadores le rompieron el corazón al comunicarle que ese año no tendría lugar. “Me quedo sin bailar con Steffi, aunque recibo un premio de consolación: me la presentan formalmente”, desveló el tenista en su imprescindible biografía Open, sobre una historia de amor que no fructificaría hasta siete años después para erigirse como uno de las romances más estables de entre los –poquísimos– conformados por sendas estrellas del deporte.
Hace justo diecinueve años, un 22 de octubre de 2001, Steffi Graf y Andre Agassi se dieron el ‘sí, quiero’ en una ceremonia íntima en una capilla de Las Vegas, ciudad en la que reside la pareja. Tan íntima como que, además de los aludidos, solo contaba con otras tres personas en la sala: el sacerdote y sus respectivas madres. Después del intento fallido de Wimbledon 92, fue con otro trofeo compartido, el de Roland Garros siete temporadas después, cuando comenzó de forma oficial el romance entre ambos. Su amor causó un gran impacto en el mundo del deporte por lo opuesto de sus personalidades. Mientras que la alemana había hecho gala durante toda su carrera de un perfil discretísimo, Agassi era toda una estrella de Hollywood tanto dentro como fuera de las pistas, con sonados affaires con actrices tan conocidas como Barbra Streisand o Brooke Shields.
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